El cemento, de Fedor Gladkov, el lugar de la mujer en la revolución rusa
Un fantasma recorre Europa,
El mundo.
Nosotros le llamamos camarada.
Rafael
Alberti, “Al volver a empezar” (1932)
En
1911, la revolucionaria Alejandra Kollontai (1872-1952), aristócrata rusa de
origen ucraniano, arremetía contra la moral burguesa en Las relaciones sexuales y la lucha de clases, un escrito donde
cuestionaba el modelo de familia y la pareja. La autora señalaba cómo la
mentalidad pequeñoburguesa reducía las relaciones sexuales a una cuestión personal.
También advertía que el socialismo, si bien concebía cambios en las relaciones
entre hombres y mujeres, los postergaban hasta el establecimiento de ese nuevo orden
social y económico.
En
el fragor revolucionario de las primeras décadas del siglo XX, Kollontai veía
la necesidad reforzar la lucha de clases refundado las relaciones entre ambos sexos.
Consideraba necesario romper de manera radical con el dominio impuesto sobre la
mujer por el poder masculino, pues sólo así se podrían establecer relaciones
más perfectas y felices entre ambos sexos. Esto significaba atacar al corazón
del sistema colocando a las mujeres al mismo nivel de los hombres. Su
planteamiento iba más lejos de lo que se habían propuesto los revolucionarios. La
lucha de clases no se limitaba a la construcción de una sociedad basada en el
reparto más justo y equitativo del fruto del trabajo humano. Debía también
buscarse la justicia y la igualdad entre los sexos.
La
novela El cemento, del escritor
también ruso Fedor Gladkov (1883-1958), publicada en 1925, se hace eco de esta
cuestión: la mujer dentro de la revolución. El tema se presenta para el lector como
un enigma, que se irá resolviendo de manera escalonada. En el primer capítulo,
el protagonista regresa de la guerra a su pequeña ciudad obrera después de tres
años de combatir. Lo primero que le choca al joven Glieb Chumalov es la
destrucción de la fábrica de cemento donde trabajaba. De lo que no podrá recuperarse
tan fácilmente es de la destrucción de su matrimonio. La esposa, Dacha, se
comporta como una extraña rechazando sus manifestaciones de afecto y devolviéndole
una mirada oblicua cuando la interpela. Glieb no comprende que ya no lo ve como
al esposo, sino como a un camarada.
Dentro
de la línea del realismo socialista, que se impone como la estética más
ajustada al proceso revolucionario, se rebelarán detalles que nos llevan a
comprender la evolución de Dacha. Se destaca su resistencia a las fuerzas del
régimen zarista, que detienen a los familiares y amigos de quienes luchan en el
frente. Su implicación en los comités
revolucionarios, donde se ha ganado un cargo de confianza. Quedan
profundas heridas que se entierran para atender a los problemas inmediatos: los
alimentos y el combustible para una población hambrienta.
Entre
el nuevo orden y el antiguo, el protagonista es un obrero para quien la fábrica
es su vida, por lo que se propone como tarea ponerla en marcha. Esto implica
enfrentarse a burócratas del régimen como Badyn. Dacha, en cambio, representa
la ruptura radical con el pasado. Como militante renuncia a ser esposa y madre,
sacrifica su vida y la de su hija en el proceso de reconstrucción del país.
Como mujer, reconstruye también su ser, se reinventa en la emergencia de los
acontecimientos y debe templar su carácter para no derrumbarse cuando le
notifican la muerte de la hija.
El
rol de la mujer en el nuevo sistema se aclara en tensas e hirientes
discusiones. Dacha le explicará al marido que se considera una “libre ciudadana
de los soviets”. Ha dejado de ser esclava y tiene otro papel que cumplir. Toma
conciencia de que antes era un ser sin voluntad, un accesorio. Hay un cambio de
sensibilidad, del concepto del amor y las relaciones entre los sexos. Consumido
por los celos, Glieb cree que su mujer se aleja por que se ha entregado a otros
hombres. Ésta le recuerda que ya no podrá tomarla ni dominarla por la fuerza,
que no basta con ganar una guerra si no se tiene suficiente cerebro.
El Cemento
afirmaba la ideología comunista y la moral bolchevique respecto al trabajo y a
la relación con el partido y el Estado. Debido a sus planteamientos alcanzó un
clamoroso éxito por tratarse de la primera novela sobre la clase trabajadora. Como
individuo, Dacha es un ejemplo, pues se reconstruye a sí misma en el trabajo
diario, en el estudio y la lectura. A la vez, Glieb encarna al héroe con una
nueva ética, pero aún arraigado en viejos valores, aunque entiende que el obrero
deberá entregar su energía pensando en el beneficio de todos, no únicamente en
el propio ni en el de su familia.
La
novela también aborda los retos a los que se enfrentan quienes llevan las
riendas de la nueva sociedad. Estos deben vencer al enemigo que llevan dentro, el
pequeñoburgués con sus vicios. Los sobrevivientes pretenden llevar a la
práctica el modelo que anticiparon los teóricos de la revolución. Pero estorba el
romanticismo de los intelectuales que concibieron estos cambios. Se requiere fuerza
de trabajo para abrir cooperativas, almacenes y tiendas para el consumo, fábricas
de artículos manufacturados. Ni siquiera se necesitan profesores que se entreguen
a la tarea educativa esperando el salario.
Al
interior de la conciencia individual se intenta vencer el sentimentalismo de
las parejas. Se imponen el pragmatismo y la fortaleza. La revolución sacrifica
a sus niños, mientras los comités se organizan para proveer de pan y abrigo a
los ciudadanos. El hombre ya no someterá a la mujer, pero ambos serán dominados
por la omnipresencia de un Estado que limita la libre manifestación de sus
emociones. Naturaleza e instinto, serán doblegados por una nueva civilización y
una nueva moral, para la que el libre albedrío es una manifestación
pequeñoburguesa del individualismo.
Pero
el pasado no se puede derruir por completo. Se rescatan bienes, patrimonio
artístico y conocimientos. Glieb comprende que sin los profesionales de la
fábrica, como el ingeniero puesto por el anterior régimen, no se podrá poner en
marcha la maquinaria productiva. Por tanto, al fervor revolucionario han de
añadirse los conocimientos y la experiencia. Cada movimiento hacia adelante
genera tensiones: entre el pragmatismo, el sentido común y los sentimientos. Glieb
se enfrenta a la fuerte personalidad de Badyn, hombre implacable con los inseguros y débiles.
Éste llega a las muchedumbres hablándoles de los impuestos sobre los productos
de la naturaleza, de la cooperación y de la desmovilización, recordándoles que
Lenin consagró su vida a la causa del mujik y del obrero. Badyn es el rival que
pretende a Dacha y desata los celos. Ésta resuelve el conflicto entre ambos aclarando
su postura: “Mi marido vive su vida y yo la mía, camarada Badyn. Somos
comunistas antes que nada”. Los comunistas deben abandonar las disputas de esta
índole para entregarse a la acción común. La pareja, tal como es concebida por
la moral burguesa, queda destruida. El proletariado triunfa y sus líderes imponen
la nueva moral respecto a las relaciones personales.
Gladkov
aborda estas cuestiones dentro de la estética del realismo socialista en
diálogos y momentos de tenso silencio. El ritmo interior está determinado por la
firmeza, la frialdad, la dureza de las relaciones, incluso del encuentro
amoroso. La verdad desgarrada surge a trozos, a medias, entre los murmullos de
vecinos y amigos. Dacha se defiende con frases contundentes: “Eres comunista…,
pero también eres un bruto que necesita una mujer sometida a ti como una
hembra… Eres un buen soldado; pero en la vida, eres un mal comunista”.
Las
fisuras del sistema se asoman precisamente en el nivel más primario del ser
humano, el de las emociones y los sentimientos. Dacha y su amiga Polia
conversan con Glieb y reflexionan sobre lo que sienten cumpliendo con sus
nuevas tareas. No somos más que militantes, le dice Polia a Glieb: “A nada temo
tanto como a nuestros sentimientos”, añade. Éste tiene claro que “las cosas del
alma” pueden esperar, pero el trabajo no. Es quizás el único momento de dulzura
en el que los tres amigos se permiten expresar sentimientos, sin temor a que se
les acuse de falta de firmeza en sus convicciones.
El Cemento
es, sin duda, una novela de iniciación en la práctica revolucionaria tras el
triunfo de los bolcheviques. Considerado uno de los exponentes del realismo
socialista, Gladkov traslada a la novela las preocupaciones de la ideología
comunista, la principal, asignarle un papel decisivo al proletariado en la
historia. Hijo de humildes campesinos, hasta los doce años el autor recorrió
distintas regiones del Caspio y del Volga en busca de trabajo. Su ardiente
deseo de estudiar se vio frustrado por el injusto sistema zarista. Pero en su
recorrido no le faltaron maestros, como algunos obreros de Kuban a los que se
vincula el padre, y quienes orientaron su pensamiento. Por ellos aprendió a
tener fe en el advenimiento de tiempos mejores para la humanidad. Sin embargo,
es Gorki quien jugará un papel decisivo en su destino de escritor animándolo a
seguir después de haber leído el cuento que le envió. Junto con Mijail
Shólojov, Premio Nobel de Literatura en 1966, quien en 1925 publica los Cuentos del Don, y Nicolai Ostrosvki,
autor de Así se templó el acero, Gladkov
forma parte de un grupo de escritores premiados por el régimen comunista, que
vio en ellos a los más dignos representantes de la cultura soviética.
Por la misma época Mijail Bulgákov haría una burla despiadada de la doble moral bolchevique impuesta a la clase obrera, en una breve narración, Corazón de perro (1925), donde ponía en evidencia la corrupción del poder y el oportunismo de algunos de sus dirigentes, quienes accedían a las mujeres con los procedimientos que habían pretendido demoler. La dictadura del proletariado era, a las claras, una dictadura sobre el proletariado, que imponía una moral, que sus dirigentes eran incapaces de concretar en la práctica. Censurado por el régimen, sus novelas, como El maestro y Margarita, se publicarían décadas después de su fallecimiento.
Por la misma época Mijail Bulgákov haría una burla despiadada de la doble moral bolchevique impuesta a la clase obrera, en una breve narración, Corazón de perro (1925), donde ponía en evidencia la corrupción del poder y el oportunismo de algunos de sus dirigentes, quienes accedían a las mujeres con los procedimientos que habían pretendido demoler. La dictadura del proletariado era, a las claras, una dictadura sobre el proletariado, que imponía una moral, que sus dirigentes eran incapaces de concretar en la práctica. Censurado por el régimen, sus novelas, como El maestro y Margarita, se publicarían décadas después de su fallecimiento.
En la azarosa jungla que es la blogosfera, se agradecen estas reseñas tan exhaustivas y cuidadas. Ya dejo "Cemento" en mi lista de pendientes. Sobre esta entrada, me deja pensando en que muchos dicen que no se le da lugar a las mujeres dentro de las artes y se pide una mayor espacio para ello. Sin embargo, novelas como estas me dejan la duda de si es que quizá no se hace una búsqueda un poco más juiciosa.
ResponderEliminarSaludos.
Nos seguimos leyendo.
Muchas gracias por tus comentarios, la verdad es que esta novela plantea una cuestión de género muy profunda, que la revolución al parecer no pudo resolver. Hay que leer a autores rusos postergados por el régimen, que nos presentan la situación de las mujeres como un retroceso respecto a la mentalidad burguesa individualista y sus relaciones de poder, que pretendían combatir, ya que se mata en el ser humano la idea de la libertad. No sé si hubo escritoras rusas de la categoría de André Platonov. Bueno, no debemos descartar a la redescubierta Irene Nemirovski...
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