Eugénie Grandet (1833), Honoré de Balzac

 

Esta novela de Balzac impresionó en el momento de su publicación en medio de las reformas emprendidas durante la Restauración monárquica en Francia. Habían pasado treinta y pocos años desde la Revolución que decapitó a su nobleza y despojó de privilegios a la Iglesia católica. El emperador Napoleón había sido depuesto y condenado al destierro en Santa Elena. Liberales próximos a Benjamín Constant, o al ministro Guizot; conservadores cercanos a la Iglesia como Chateaubriand, defendían o abjuraban de la Monarquía. Pero la burguesía no daba marcha atrás en sus conquistas y compraba títulos nobiliarios, como la forma más segura de afianzarse en los círculos de poder.

En esta novela de Balzac tres mujeres viven bajo el yugo de un avaro, la esposa abnegada a la que debe gran parte de su fortuna, Nanon, la criada que le es fiel a pesar del trato miserable que recibe, y Eugenia, la hija, que comparte con estas su condición de sometida. Las tres mujeres viven bajo los preceptos religiosos que dominan en la Francia de la época y que llevan a las mujeres a pensar que su vida se reduce a sufrimiento y resignación. De ahí el temor y la obediencia al padre y, posteriormente, el acatamiento a las convenciones sociales y a las instituciones, como el matrimonio, dado que una mujer soltera no podía administrar su propia herencia.


En Eugenie Grandet Balzac nos instala en el año de 1819, en la provincia francesa, entre viñedos, en la región del Loira, en el pueblecito de Saumur, donde un próspero comerciante nos ofrece un ejemplo de cómo ciertos personajes se enriquecen bajo el régimen napoleónico. Félix Grandet es un tonelero que se convierte en un rico comerciante, pero es también un avaro que somete a los suyos, las mujeres bajo su tutela y los incautos con quienes hace negocios.

La vida de provincia, con sus personajes principales, el abate Cruchot, los señores Bonfons y los Grassins, se ve sacudida por un imprevisto. Las dos familias aspiran a pedir la mano de la rica heredera y se apresuran a cumplir con la invitación a casa del señor Grandet para celebrar el 23 cumpleaños de su hija Eugenia. Balzac es implacable en su descripción del clima que reina en aquella reunión, contaminado por distintos intereses y ambiciones: ¡Espantosa condición humana!, exclama el narrador.

En medio de una partida de la lotería los invitados son sorprendidos por los fuertes aldabonazos que retumban en la entrada. Se trata de Carlos Grandet, el sobrino que viene de París con una carta del padre que le entrega a su tío Félix. Vestido de manera afectada, como imitando a Byron, según señala irónicamente el narrador, éste se deja cortejar de las familias del lugar, que no sin malicia le hablan de diversiones y de ocio, algo no muy bien visto en la vida provinciana francesa de entonces. Estos dos mundos: la ciudad y la provincia,  se enfrentan con hábitos y códigos sociales diferentes, pero con un punto en común: el afán de riqueza y poder, la ambición o la codicia.

Carlos no ha leído la carta del padre, por lo que ignora la desgracia que porta para sí mismo, pues este le anuncia su suicidio al hermano, debido a la ruina de su negocio y a las deudas contraídas con los acreedores que caerán sobre él, lo que se corroborará días después en la prensa. Sin fortuna, sin poder recurrir a las amistades, el hijo, queda a merced del avaro y miserable tío Félix, quien ve al sobrino como una pesada y costosa carga de la que debe liberarse. Así, lo empuja a emigrar a las Indias en busca de fortuna. La actitud del joven Carlos y su espíritu contrastan con el de Eugenia, una criatura sencilla y de natural bondad, que no se mueve por el dinero ni por el propio beneficio.

Eugenia, que hasta este momento había permanecido a la sombra del padre, sin expresar ningún deseo, conforme con las estrictas normas de vida que le impone, ve despertar en ella un sentimiento nuevo ante la cercanía del apuesto primo. La curiosidad y atracción que ejerce el joven la lleva a actuar en contra de la voluntad del padre. Para no dejar una mala impresión se dispone a preparar su habitación con comodidades que el padre considera un lujo excesivo.

Con ayuda de la madre y de Nanón, que también ha caído bajo el influjo de este señorito de maneras delicadas, Eugenia colma de atenciones a Carlos e intenta disimular la rudeza y la miseria de un hogar donde no se permite encender el fuego, aunque haga frío, y donde se racionan hasta los cubos de azúcar para el café. Así se afanará por proteger a su primo al punto de entregarle cuanto posee para ayudarlo en la incierta aventura.

A la vez, Carlos parece hacerle una promesa de amor al depositar en manos de Eugenia la única fortuna que le queda, un neceser con finas decoraciones de oro en el que guarda dos fotos de la madre, espléndidamente adornadas con perlas, una valiosa joya familiar que espera recuperar al regreso. Nadie dudaría de los buenos sentimientos que unen a estos dos jóvenes, pero Balzac nos advierte que se trata solo de las circunstancias, que los momentos de desgracia igualan a los frívolos, interesados y soberbios con las criaturas humildes y sencillas, y que solo la desgracia posibilita el acercamiento de Carlos hacia su prima Eugenia.

Como consecuencia de su generosidad, Félix castiga a Eugenia encerrándola a pan y agua, ya que además descubre que esta le ha entregado su dinero a Carlos. Esta rudeza extrema mata de pena a la madre. Después vienen la vejez, decadencia de Félix, que muere al poco tiempo. Eugenia debe hacerse cargo de su inmensa fortuna, pero ya ha ganado en sabiduría y tacto. También se ha acostumbrado a las comodidades propias de su condición de rica heredera, sin dejar de contribuir con obras de caridad en la provincia, donde es apreciada por todos. Pero sigue esperando a Carlos y no deja d preguntarse cómo es posible que en siete años no haya recibido una sola carta suya.

Carlos ha tenido una vida azarosa en la que ha acumulado una importante fortuna como traficante de esclavos y como contrabandista. Con el dinero reunido regresa a París donde aspira a un matrimonio ventajoso con la hija de una familia influyente que le promete cargos y títulos. Balzac nos lo muestra deslumbrado por la prosperidad de la Restauración y el brillo de las ideas aristocráticas, sin un lugar para Eugenia en su corazón. Pero las deudas contraídas por el padre no prescriben y los acreedores le denuncian por impago. Así, Carlos aparece a los ojos de la sociedad con esa ‘mancha’, que impediría el matrimonio al que aspira.

Entre tanto, la soltería de Eugenia se convierte en un problema en Saumur, donde las familias hacen cábalas sobre con quien debería desposarse. Hasta que, finalmente, recibe una carta del primo Carlos en la que le describe los pormenores de su vida y le refiere sus planes futuros, la fastuosa vida que le espera con un matrimonio conveniente. Le aclara que lo hace no por él mismo, sino por los hijos que vendrán y a quienes desde ya asegura una posición privilegiada. No deja de agradecerle la ayuda que le prestó en los comienzos de la vida. Al mismo tiempo que le devuelve el dinero, que promete enviarle a Burdeos, le pide que le haga llegar el neceser que le confió la marcharse. Pero los rumores corren a gran velocidad y Eugenia se entera de que la distinguida familia Aubrión tiene intenciones de romper el compromiso matrimonial con Carlos debido a la amenaza de demanda de los acreedores a los que el padre había arruinado. Eugenia se propone saldar la deuda de Carlos para que éste pueda casarse. Es la vía que encuentra para canalizar el despecho y la muerte de sus ilusiones, pero también para recuperar la dignidad y orgullo heridos.

Balzac no deja de sorprendernos a medida que avanzamos en la narración, para cerrar con broche de oro la historia de esta mujer tan rica como desdichada. Después de consultar con el cura si es posible un matrimonio en el que ella no esté obligada a cumplir con sus obligaciones de esposa, Eugenia llama al presidente Bonfons y le propone matrimonio, a cambio de que este respete su voluntad y sus deseos. A la vez, le encarga a Bonfons la tarea de arreglar las deudas del primo Carlos, a quien escribe una carta liberándolo de cualquier compromiso moral en el pasado. Pero casarse con Bonfons solo por amistad no es motivo de felicidad. El matrimonio dura poco y tras la muerte del marido Eugenia alcanza la condición de viuda respetable. Quizás, como cualquier muchacha de provincia, ella solo deseaba una vida sencilla plena de sentimientos. Lo paradójico es que, pudiendo ser esposa y madre, acabe sin hijos ni herederos.

En una sola familia Balzac nos da cuenta de la movilidad social que favorece la Restauración, del vertiginoso ascenso que permite la especulación financiera y de la estrepitosa caída de algunas familias; de la influencia de la Iglesia que aguarda cauta, y del oportunismo de muchos comerciantes que se aprovechan de la ruina de los otros, como el propio Félix, quien compra la deuda de su hermano difunto y se enriquecerse con los bienes de los damnificados. 

Pero quienes lo han perdido todo aún pueden probar suerte en América, como el propio Carlos, que embarca en esa aventura y allí se ve envuelto en negocios turbios, como el contrabando y el tráfico de esclavos, un mundo en el que sobra la ambición y faltan escrúpulos. Esta transformación de Carlos no sorprende, pues ya el narrador advierte sobre el resultado de una educación dentro de las normas del medio parisino al que pertenece, y donde las personas se mueven por interés, más que por amor o por nobles ideales. Pero Eugenia no supo comprender, dada su ingenuidad y falta de experiencia, que ella no era más que una opción para salvar a Carlos de la ruina.

Eugenie Grandet forma parte de la serie de novela de corte realista, bajo el formato del folletín, que integran La comedia humana, entre las que se encuentran las más conocidas Père Goriot, Peau de Chagrin, aunque este relato presenta elementos fantásticos, y La prima Bette (Los parientes pobres), entre otras, ambientadas en París o en distintas provincias de Francia. 

La familia, la vida privada, el dinero, el matrimonio, los códigos sociales, la corrupción y la condición de las mujeres son las grandes preocupaciones de este escritor, que estuvo unido a George Sand por una entrañable amistad y una admiración mutuas, como escritores.

Comentarios

  1. Efectivamente, el siglos XIX en Francia, aunque no únicamente en este país, es fascinante por todos los cambios que se produjeros y los movimientos sociales, económicos y políticos. Muy buenos Consuelito.

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