Escritoras y escrituras V. Marie de Gournay

Si la adolescencia puede presagiar los destinos del porvenir, esta alma será algún día capaz de las cosas más hermosas y, entre otras, de la perfección de esa santísima amistad en la cual su sexo no tiene participación alguna. La sinceridad y la solidez de sus costumbres alcanzan ya a la perfección.

Así describía Michel de Montaigne a Marie de Gournay Le Jars (París, 1565- 1645) su admirada discípula, hija espiritual adoptiva, quien llegaría a ser una de las primeras y más fervientes defensoras de la dignidad y de la capacidad intelectual de las mujeres.

Filóloga, traductora, poeta y filósofa, Marie se adelanta a su época, en Igualdad de los hombres y las mujeres, cuando plantea que la supuesta inferioridad de las mujeres se debe a una tradición filosófica que sustenta la superioridad del hombre, así como a la religión que estigmatiza, anula o borra, a las mujeres. Pero es en esa misma tradición donde ella encuentra argumentos para demostrar el reconocimiento de las virtudes femeninas y, en no pocas ocasiones, su superioridad. De ahí lo interesante que resulta la lectura de esta obra de la que hay una edición de 2018 en la colección Folio, de Gallimard.

Hija mayor de una familia de seis hermanos, recibió la educación tradicional de una niña de la nobleza de su época, pero no se conformó con tan poco. Aprendió latín y griego y leyó a los filósofos en su lengua original. Las guerras de religión que arruinaron a su familia no le impidieron cultivarse, ya que también estudió por su cuenta matemáticas, física y geometría. Renunció al matrimonio para dedicarse a la escritura, y, en la capital francesa se rodeó de personas influyentes que la acercaron a la Corte. Allí puso su pluma al servicio de personalidades como Margarita de Valois, Enrique IV, Catalina de Medecis o Luis XIII.

Égalité des hommes et des femmes (1622) está dedicada a la reina Ana de Austria, hija de Felipe III de España y esposa de Luis XIII, a quien le recuerda que la grandeza de un ser de su categoría debe sustentarse en la virtud, y que los reyes tienen el poder, pero no el derecho de violar las leyes de la igualdad. Marie demuestra en sus argumentaciones equilibrio y altura de miras, lo que se aprecia en la mesura de sus juicios: “Si es correcto mi juicio sobre la dignidad o sobre la capacidad de las damas, no pretendo ahora demostrarlo con razones, ya que muchos podrían rebatirlo con otras; tampoco con ejemplos demasiado comunes, que se han impuesto por la autoridad del mismo Dios, de los arbotantes de su Iglesia y de sus grandes hombres que han arrojado luz sobre el universo”. Como puede apreciarse, su ironía y sentido del humor se convierten también en un instrumento que mueve a la reflexión. Esta igualdad que argumenta Marie la encuentra en filósofos como Platón y en sus discípulos. Estos, según ella, asignaron a hombres y mujeres los mismos derechos y facultades, en vista de que ellas demostraron en más de una ocasión superarlos, por ejemplo, inventado una parte de las Bellas Artes o, demostrando, por encima de los hombres, toda suerte de perfecciones y virtudes, en ciudades como Alejandría donde fueron filósofas o científicas, como Diotima o Aspasia.

Marie cuestiona el relato bíblico, en vista de que en los Evangelios no coinciden en su versión de los hechos. De las Escrituras nos recuerda lo que dicen: que el hombre fue creado macho y hembra siendo el uno para el otro, por lo que le resulta curioso que a Jesús se le llamase hijo de hombre, aunque lo hubiese sido de mujer. En cuanto a Magdalena, recuerda que fue ella la única alma a quien el Redentor le concedió el honor de su gracia con estas palabras: “En todos los lugares donde se predique el Evangelio se hablará de ti”. Es a las mujeres a quien Jesucristo anuncia “su gloriosa resurrección”, con el fin de que se conviertan en apóstolas de los propios apóstoles.

También nos recuerda Marie las enseñanzas de las escrituras en cuanto al papel del hombre y la mujer. El hombre dejará al padre y a la madre para seguir a la mujer, lo que al parecer -comenta- se haría por necesidad expresa de establecer la paz en el matrimonio. Tal necesidad requiere, sin duda, que una de las partes se pliegue a la otra, pero el que la fuerza masculina no pueda someterse le viene de su carácter.

Según sostienen algunos, sería verdadero -añade Marie de Gournay- que la sumisión le haya sido impuesto a la mujer para castigarla por el famoso pecado de la manzana. Nada más falso que concluir la superior dignidad del hombre puesto que las Escrituras le recomiendan ceder.

Por todo ello, Marie considera absurdo que se excluya a la mujer del acceso al misterio de la creación tanto como al de la Eucaristía, y además, se le arrebate la facultad de predicar, un privilegio reservado a los hombres. Si la autora pudo expresar esta ideas fue por la tolerancia religiosa que, por un periodo breve, permitió en Francia la convivencia de protestantes y católicos, gracias el edicto de Nantes que sería luego revocado por Luis XIV.

La lectura de este ensayo de Marie de Gournay, y la consideración general de su obra y de su personalidad nos obligan a pensar que la historia camina muchas veces dando pasos hacia atrás.

*Quienes deseen profundizar en la obra de Marie de Gournay probablemente pueden consultar la obra de Monserrat Cabré i Pairet y Esther Rubio Herráez (Eds.), Marie de Gournay. Escritos sobre la igualdad y en defensa de las mujeres, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 2014.

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