Escritoras y escrituras X. Mercedes Pinto y su novela 'Él'



El, novela de la poeta, narradora y dramaturga canaria exiliada primero en Uruguay y posteriormente en México, Mercedes Pinto (1883-1976), debería ser una lectura obligada para comprender la violencia contra la mujer dentro de la pareja, las dinámicas íntimas que se instalan en el hogar con penetrante sutileza. Como herida por una afilada hoja, la víctima de esta novela sangra sin comprender cómo ha llegado a ese punto de sometimiento. En el relato se evidencia que en cada agresión queda paralizada, sin capacidad de respuesta. Lo paradójico es que, al intentar comprender lo ocurrido, la persona sometida se engaña con razonamientos que anulan ese instinto de supervivencia que podría salvarla.


Pero no hay que perder el norte ni confundir la realidad con la literatura, aunque la verosimilitud de la trama de Él nos ofrezca una ilusión de realidad. No olvidemos que el relato es una metáfora construida a partir de la experiencia personal de Mercedes Pinto. El hecho es que este texto nos interroga como lectoras sobre lo que podríamos tolerar, o lo que no soportaríamos bajo ninguna circunstancia. Se trata de saber hasta dónde llegamos como género en capacidad de sufrimiento, lastradas por la cultura judeocristiana que condena a la mujer a parir con dolor y a cargar con la culpa del pecado original.

Romper ciertas dinámicas de pareja implicaría, no solo cuestionar una cultura, sino también los modelos masculinos que elegimos: hombres fríos, distantes, dominadores, egocéntricos, difíciles, a los que seguimos o perseguimos, quizás con el secreto deseo de doblegar ¿con nuestras armas de seducción?, ¿con patrones impuestos por la sociedad de consumo? Pensemos en la publicidad, en las modas que nos convierten en objetos sexuales, o de deseo, tras los escaparates de las marcas. También es verdad que, ajenas a las manipulaciones del poder, muchas veces equivocamos nuestro destino. ¿Acaso un oscuro mandato cultural nos empujó a inmolarnos, convencidas de que amar intensa y apasionadamente equivaldría a sufrir?

Volvamos a Él para intentar entender esta violencia que para muchas de nuestras antepasadas empezaba la noche de boda. No es gratuito que la autora recurra al conocido procedimiento de un manuscrito hallado, el testimonio escrito de la narradora acerca de la traumática experiencia de su matrimonio desde la primera noche, a la que se alude sin facilitar detalles. Sin embargo, se dan a conocer las reacciones de quienes, leyendo ese manuscrito, se levantan como defensores de las instituciones: el magistrado y el confesor que desaconsejan la denuncia. No es esta la respuesta del médico, quien recomienda su publicación: “…porque las aberraciones de la ciencia pueden evitar en su día males mayores”. 

En un estilo directo, de frases contundentes y breves fragmentos, la autora nos presenta el proceso de degradación de un ser humano débil y enfermo, pero con un poder que se impone primero sobre la mujer y después sobre el entorno. Se trata de un relato que da cuenta de una situación íntima y personal que trasciende los muros del hogar y pone en el centro el debate de la situación de la mujer. No faltan la compasión ante el sufrimiento del opresor ni las críticas a una sociedad desprovista de conocimientos científicos y clínicos para asumir ciertas enfermedades mentales. Asimismo se evidencian los prejuicios contra quienes tienen el valor de rebelarse y defender sus derechos.


Esta es la clave del libro y el acierto de Mercedes Pinto: presentar la extrema manifestación del machismo como una enfermedad psicológica, no como un asunto de hombres malvados contra las mujeres. Desde la luna de miel el hombre de este relato manifiesta unos celos que martirizan a la pareja, a la que atormenta con sospechas infundadas. Como una fiera acorralada, éste busca indicios del engaño del que pretende parecer víctima. Asimismo provoca situaciones, como el intentar suicidarse y golpear a su mujer, para luego pretender ante los otros que es ella quien intenta quitarse la vida. Esta proyección propia de una mente disociada demuestra cómo el agresor desarrolla, con una sagacidad animal, estrategias que desvían la mirada hacia su víctima para presentarla ante los demás como mentirosa. El cuadro psicológico se complica porque se añade a esta patología, común a muchos maltratadores, una crueldad hacia los demás, lo que podría alertar a la pareja sobre el trágico final que le espera.

La mujer de este relato, paciente y compresiva con el marido enfermo le da su voto de confianza, convencida de que el embarazo dulcificará su carácter. Se equivoca, ya que este personaje se muestra despectivo con el hijo, por ser fruto de las entrañas de la mujer (¿envidia ancestral de la maternidad?) y pone en ridículo a la madre por los cuidados que le prodiga, pero ante los extraños se muestra afectuoso y orgulloso del hijo.

A las falencias de este sujeto masculino hemos de añadir una habilidad para manipular y distorsionar los hechos de modo que la víctima aparezca siempre como culpable, mentirosa, débil y enferma, lo que la deja sin aliados y le impide pedir auxilio. Sin duda, tal distorsión es el propio reflejo de un psicópata, de un ego herido que desprecia al género humano, pero busca la aprobación de los desconocidos. Torturador masoquista, le reprocha a la víctima su comprensión para con él: “Si no quieres que me «vuelva loco», insúltame, grítame, rabia, y verás cómo al castigarte con «razón para ello», me quedo luego descansado y tranquilo”.

Desmontar los mecanismos de manipulación de una personalidad semejante, al margen del género, es una labor de profesionales especializados para la que no están preparadas ni las víctimas ni las instituciones (los llamados en el pasado manicomios). Atada a la cama y a punto de morir asfixiada por su victimario, los criados acuden a la habitación para auxiliar a la protagonista, pero el hombre, que actúa con rapidez, sale airoso con las tretas a las que siempre recurre con precisión matemática, como esconder las ataduras y arrojarlas por la ventana.

El segundo aporte de esta novela, publicada por primera vez en Uruguay en 1926, es situar la anécdota familiar en el contexto social y desmontar los discursos del poder respecto al papel subordinado de la mujer dentro del matrimonio. No debemos olvidar que Mercedes Pinto fue una férrea defensora de los derechos de la clase obrera y de las mujeres y que tenía clara la importancia de modernizar la educación para liberarla de la esclavitud en el hogar. Ya en 1923 defendía el divorcio como medida higiénica. Casada  con un capitán enfermo, con quien tuvo tres hijos, Mercedes Pinto debió luchar, como la protagonista de su novela, contra las instituciones médicas por el reconocimiento de la enfermedad del marido. En su otra novela Ella, evoca la infancia de una niña de provincia, dentro de una familia burguesa que la somete imponiéndole una religiosidad severa. Esta educación choca con su sensibilidad e inteligencia y la condena a una adolescencia trágica, convirtiéndola en víctima propiciatoria del machismo.

Desenmascarar esta soterrada violencia contra la mujer no siempre es fácil, sobre todo cuando se requiere levantar los velos que dan apariencia de verdad a la mentira, como sugiere la narradora de Él: “El miedo sólo se adueña de esas almas cuando los absurdos toman envolturas razonables, cuando la mentira pone en el manto remiendos de verdad, cuando la locura esconde cascabeles y le roba la balanza a la Justicia”.

Por tanto, ha de añadirse a la complejidad del cuadro psicológico la censura de la sociedad que condena a toda mujer que se rebela contra quien pone en peligro su vida y la de los hijos. Tampoco el médico, que conoce la patología del marido, confirma ante las autoridades la enfermedad que aqueja al maltratador. Ni jueces ni abogados ni amigos apoyan las medidas higiénicas que podrían liberar a la mujer del yugo de un enfermo. Al contrario, censuran la libertad en la que queda y la supuesta crueldad al recluirlo en un manicomio. 

La única salida que vislumbra la narradora es el exilio y la escritura, como la propia Mercedes Pinto, desterrada en 1923 durante la dictadura de Primo de Rivera, lo que la lleva a Uruguay donde se refugia con su familia y su segundo marido, Rubén Rojo. De ella diría Alicia Llarena, quien le ha dedicado importantes trabajos críticos: «En cualquiera de los casos, la palabra fue el instrumento con el que contribuyó a la elevación de la conciencia y desde el que se posicionó como ser individual y colectivo, luchando contra los prejuicios intransigentes de su época y dando testimonio de sus propias convulsiones existenciales». Tendría que completarse el abordaje de Mercedes Pinto con la lectura de su novela Ella, publicada en 1934, donde como ya he dicho se buscan las raíces de este drama en los modelos educativos impuestos desde la familia.

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