Cómo y desde dónde en la narración (II)


Entre la vida y la muerte: el acto de contar
La amortajada (1938), de María Luisa Bombal, constituye un reto para cualquier narrador. El propio Borges previno a la autora, cuando ésta le comento la trama, sobre: “el oscurecimiento de los hechos humanos de la novela por el gran hecho sobrehumano de la muerta sensible y meditabunda”. Esto no deja de recordarme el primer cuento de García Márquez escrito en 1947, “La tercera resignación”, en el que el narrador se introduce en la conciencia del personaje, en su carne, sus arterias, sus vértebras, su médula y cerebro, transmitiéndonos la angustia que le provoca un ruido permanente.
Entre la vida y la muerte se debate el hecho literario que evoca a Sherezade cuya vida depende del acto de contar. También en “Moriencia”, aquel cuento de Roa Bastos, cuyo título viene a significar: ser consciente del proceso por el cual se llega a la muerte desde el nacimiento. El cuento recoge distintas versiones de la muerte del personaje Chepé Bolívar que resucita al ser nombrado por el poder de la invocación, en una cultura en la que la palabra da vida. Cierta crítica considera que este cuento rompe las jerarquías desconcertando al lector respecto al narrador, que es refutado por otros personajes y por ello debe modificar la versión de la historia que cuenta.

En Memorias póstumas de Blas Cubas 1880, del brasileño Machado de Assis, cuya dedicatoria es ya inquietante, se anuncia un hecho insólito: Al gusano que royó primero las frías carnes de mi cadáver dedico con recuerdo añorante estas memorias póstumas. El libro es, por tanto, obra de difunto, según el paratexto firmado por el personaje Blas Cubas, escrito con la tinta de la melancolía y cuyo comienzo asombra: Algún tiempo he titubeado acerca de si debía abrir estas memorias por el principio o por el fin, esto es, si pondría en primer lugar mi nacimiento o mi muerte

Este insólito experimentalismo en fecha tan temprana evidencia de qué manera el arte de la narración es una cuestión de vida y muerte: muerte del autor, vida del narrador y de los personajes, muerte en vida del autor que adquiere conciencia de su muerte mientras va dando vida en la ficción.
El narrador cómplice del lector
Superando las fronteras entre la vida y la muerte, también es muy llamativo el procedimiento de Rayuela (1963), de Julio Cortázar, donde el narrador se atreve a aconsejar al lector sobre cómo podría leer la novela, qué capítulos debería saltarse y qué orden seguir. En su momento, esta intervención del narrador sorprendió, pero no era ninguna novedad, ya que Alejandro Manzoni, en Los novios (1827) proponía al lector avanzar en el relato saltándose los renglones que tienen que ver con un personaje secundario: El que no quisiese leerlos y prefiriese oír la continuación de la historia, pásese en derechura al capítulo siguiente
La verdad es que Los novios merece un comentario sobre la figura del narrador que tanta consideración tiene para con los lectores y prometo firmemente dedicarle una entrada. Por ahora, cierro estas reflexiones respecto al narrador y el escritor que Manzoni llama "remendón", y a quien solo le cabe la pequeña alegría de dejar algo tras de sí, de saberse (incluso si sus libros no se leyeran) de alguna forma vivo después de su muerte. Vivirán sus criaturas, expuestas u ocultas, sometidas a las humedades de las cuevas, a la guerra o la peste, o padeciendo las idas y venidas de los vientos, más que de su creador. No tendrá nunca que decirse, como concluye su tremendo relato Blas Cubas: No tuve hijos, no transmití a ninguna criatura el legado de nuestra miseria. Porque esa miseria es siempre el feliz legado de la literatura.

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