Esperanza d’Ors: belleza y verdad del arte

¿En un mínimo espacio vital se puede respirar sin molestar a los demás? ¿Cuánto abarca ese mínimo espacio? Podríamos preguntárselo a los sobrevivientes clandestinos que viajan en contenedores. Muchos de ellos atraviesan océanos en busca de un refugio seguro. En su mayoría proceden de Latinoamérica o África Subsahariana donde huyen del hambre o la violencia y se aventuran hacia gélidos destinos, Suecia, Noruega o Canadá. Es una vieja historia que viene a recordarnos cuán poco hemos avanzado como especie.
Arrancados de sus raíces, desde el siglo XVII hasta el XIX, los africanos fueron transportados a la fuerza hacia el Nuevo Mundo en los navíos negreros. Iban en pésimas condiciones de higiene y alimentación, tanto que muchos de ellos morían en la travesía. Lo cierto es que hasta entonces no se había visto una miseria igual, allí donde se hacinaban hasta 400 cautivos separados por sexo y edad. Los hombres permanecían desnudos y trabados para evitar que escaparan o se suicidaran durante la noche.
La escultora Esperanza d’Ors (Madrid, 1949) no ignora la dramática condición errante del ser humano expulsado de la tierra que lo vio nacer: el éxodo de los condenados a buscar siempre un lugar donde reposar con los suyos. Hoy se desplazan multitudes del sur al norte pidiendo asilo en desconocidas playas donde los rechazan. En un artículo de la revista de teatro ADE, Jorge Urrutia nos recuerda la lección de presente que viene a ser la lectura de “Las suplicantes” de Esquilo, la tragedia de aquellas cincuenta mujeres que huyen de la frontera de Egipto y Siria para pedir asilo en las costas de Grecia, cuestionando así los principios éticos de la ciudadanía.
Esperanza d’Ors trae al presente esta situación en su último trabajo: "Contenedores humanos", que he tenido la fortuna de apreciar en su proceso y que se expuso en galerías de Madrid, Logroño y Oviedo el pasado año. Conocida por composiciones escultóricas que ya hacen parte del paisaje de unas cuantas ciudades españolas (Oviedo, León y Alicante); y premiada en diferentes certámenes, obtuvo la Medalla de Oro en Alejandría, 1991 por "Los laberintos de Ícaro". Ha trabajado sobre los mitos fundacionales de nuestra cultura a partir de figuras como Prometeo, Narciso o Sísifo y el mismo Ícaro.
En "Contenedores humanos" los cuerpos entreverados dolorosamente se acoplan. Pero en secreta armonía parecen seguir los acordes que les permitirán avanzar hacia su destino. En eso consiste la belleza y la verdad del arte, en descubrir entre el mal y el dolor las grietas donde penetra la luz, no en las nociones del bien que equiparan la felicidad al bienestar burgués. Referir el dolor y la miseria en estos tiempos es, por tanto, un deber moral de todo artista, pues no debe olvidarse la función comunicativa del arte, ni su poder de despertar emociones, de iluminar zonas de oscuridad que quizás se evitan por comodidad.
En su trayectoria como escultora Esperanza d’Ors se ha volcado siempre en el cuerpo humano, su principal fuente de interés. Le ha rendido culto a la humana existencia esculpiendo criaturas a la intemperie, desprotegidas, postradas, entregadas o convertidas en etéreas materias en ascenso. También ha sabido juntar los cuerpos, cual abigarrada humanidad, entrelazada, hasta formar un todo compacto dentro de un contenedor. Estos cuerpos nos recuerda el oscuro tráfico de seres humanos que viajan clandestinos para ser explotados en no sabemos qué sótanos. Al respecto declara ella en una entrevista: “Creo que es el gran tema de nuestro tiempo, que además ha adquirido unas connotaciones realmente dramáticas. Es verdad que el hombre siempre ha perdido la vida por buscarse una salida, pero ahora tropieza contra los muros de la intransigencia, que son muros contra los que no puede luchar".
También en sus grabados, aguafuertes, aguatinta observamos ese estallido de vida, la voluntad de ser que como especie atesoramos pese a los desgarros de la existencia. El conjunto nos interroga y a la vez nos revela una verdad tras aquellas miradas de las que emana una extraña mezcla de dolor y ternura, ambigüedad en las que nos deja todo arte imperecedero.
Juan Manuel Bonet, que ha sabido apreciar el trabajo de Esperanza d'Ors, la sitúa en una minoría de escultores que hoy en España “logran un clasicismo vivo, un clasicismo que no es un neoclasicismo”. Francisco Calvo Serraller, por su parte, ofrecería esta valoración en los comienzos de su carrera: “[…] parece el resultado de una comprensión de los grandes maestros de nuestro siglo y la consecuencia de una dilatada e intensa experiencia plástica, pero nunca producto de unos primeros tanteos, del comienzo de una trayectoria artística”. Confiamos, pues, que en esta travesía su arte encuentre siempre el lugar que le corresponde más allá de las fronteras.

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