Rubén Darío poeta americano*

Rubén Darío es considerado el poeta americano más grande y el arquetipo del intelectual que vivió por y para la poesía. Como afirma Jorge Urrutia, Darío no fue, como otros escritores, un funcionario o un político que se dedicaban a la literatura, de los que tantos ejemplos nos ofrece España. Tal es el caso de Campoamor, Núñez de Arce y del propio Castelar, quienes además de ejercer un cargo se dedicaban a la literatura. Muchos escritores de la generación de Darío fueron maestros o catedráticos de instituto, que en sus ratos libres colaboraban con la prensa y componían versos.
Darío, por el contrario, es el poeta que se ve obligado a realizar diversos oficios para cubrir sus necesidades básicas. Desde la más tierna edad demostró una asombrosa habilidad para componer versos. Fue reconocido en su tierra natal como el “niño poeta” por esta prodigiosa capacidad. La poesía le abrió las puertas de los salones y las tertulias donde sorprendió por su talento. Puede decirse que ante la orfandad y las nubes sobre su pasado, la poesía no solo justificó su existencia sino que, además, lo lanzó al mundo. No lo presentó el padre incapaz velar por él, ni la madre que lo entregó a unos parientes, quienes se ocuparon de su educación. La poesía fue para él la única carta de presentación.
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A pesar de ser un caso único, la vida de Rubén Darío presenta ciertos rasgos comunes con otros escritores americanos, como Gabriel García Márquez. Igual que Darío, éste no creció con sus padres, con quienes se reúne años después, hecho que deja una huella profunda en el caso de Darío. Es el padre adoptivo quien se convierte en guía y lo acerca a la poesía. García Márquez se cría con los abuelos. El viejo coronel lo inicia en el conocimiento del mundo, de la misma manera que el coronel Félix Sarmiento lleva a Darío a conocer el hielo (el abuelo de García Márquez hace lo mismo). Los dos crecen en un ambiente de provincia donde cada acontecimiento novedoso adquiere dimensiones mágicas: la llegada de los saltimbanquis, o de los magos que enciende la imaginación infantil. Los dos ejercen el periodismo, actividad que les aporta el sustento y en la que despliegan su talento literario. Los dos viven la experiencia europea y recorren el mundo. Ambos asumen un compromiso político en momentos coyunturales.
Rubén Darío aprende a leer a los tres años y compone versos por encargo para homenajear a personalidades. Siendo muy joven ocupa un puesto en la Biblioteca Nacional como secretario del presidente Cárdenas. Aprende del poeta Francisco Gavidia, escritor y educador salvadoreño, quien le hace ver las posibilidades rítmicas de la métrica alejandrina. Este poeta erudito no solo dominaba lenguas como el francés, el alemán, el inglés y el portugués, entre otras, sino que además conocía el latín, el griego y el maya-quiche. Pero Darío también recibe la influencia de la mulata Serapia que inocula en el niño la atracción por el misterio con los cuentos de monstruos y aparecidos que lo aterroriza en las noches (igual tarea cumple la abuela de García Márquez). Además, entre las primeras lecturas de estos escritores están la Biblia y las Mil y una noches. Sin duda, en estas comunes referencias podría estar el germen de una escritura americana.
Darío emigra a Chile donde publica una novela, Emelina, así como los primeros versos reunidos en Azul, ya publicados en el periódico El Heraldo. Envía el libro a Juan Valera, quien le escribe una carta elogiosa. El texto servirá de prólogo a posteriores ediciones. Estas palabras de Valera significan la consagración del joven poeta americano.
Después de Chile, Darío pasa a El Salvador, luego a Costa Rica y a Guatemala. La travesía centroamericana le permite impregnarse de la naturaleza y de las raíces indígenas y españolas que conforman la cultura americana. En 1892 es enviado a España por el gobierno de su país para asistir a la celebración del IV Centenario del Descubrimiento de América. Al llegar a Madrid ya es conocido por un grupo de poetas que lo reciben entusiasmados. Son jóvenes ansiosos de cambio y novedades.
Quisiera destacar, sin embargo, la importancia de las relaciones de Darío con otros poetas americanos. Rafael Núñez, presidente de Colombia y poeta también, lo nombra cónsul de Colombia en Buenos Aires. Antes de tomar posesión del cargo pasa por Nueva York donde se encuentra con José Martí, su maestro. Este lo recibe en un acto en el que interviene a favor de la lucha por la independencia de Cuba. De Nueva York pasa a París. Allí conoce al cronista Gómez Carrillo y a Sawa, quienes le presentan a Verlaine. En París se encuentra con el planfletario Vargas Vila con quien sella una entrañable amistad después de un desencuentro, debido a su relación con Rafael Núñez. En 1898 viaja a España tras la derrota de Cuba.
El poeta sorprende en cada público, bien sea con su «Salutación a la raza»: «Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda, / espíritus fraternos, luminosas almas, ¡salve!» (1892); en su repudio a la prepotencia de los Estados Unidos, que humilla a España y somete a las repúblicas hispanoamericanas (1898): «Los Estados Unidos son potentes y grandes. / Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor /que pasa por las vértebras enormes de los Andes » («Oda a Roosvelt»), o en la celebración del III Centenario del Quijote, en 1905: «Rey de los hidalgos, señor de los tristes, / que de fuerza alientas y de ensueños vistes, / coronado de áureo yelmo de ilusión […]» («Letanía al señor don Quijote»). Al margen de esta poesía épica o elegíaca, Darío nos deja cierta melancolía en los versos en los que se asoma al misterio en busca de la "luz divina de la poesía".
*Homenaje a Rubén Darío el pasado 8 de marzo en el Centro Asturiano de Madrid. En la mesa: el poeta Jorge Urrutia, la representante de la Embajada de Nicaragua Natalia Quant, Valentín Martínez, director del Centro Asturiano y yo misma. De pie, el poeta Javier Lostalé leyendo versos de Darío.

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