Escritoras y escrituras VII. Soledad Acosta de Samper, Dolores

Mi espíritu es un caos: mi existencia una horrible pesadilla. 
Mándame, te lo suplico, algunos libros.

Soledad Acosta de Samper (1833-1913)* es una de las figuras más notables de la segunda mitad del siglo XIX en Hispanoamérica. Historiadora, narradora, cronista, ensayista y pionera del feminismo en Colombia, es hija única del general Joaquín Acosta y de la norteamericana Carolina Kemble. Con un conocimiento de las culturas francesa y anglosajona y un amplio horizonte de lecturas, alterna estancias en Europa e Hispanoamérica desde los doce años, cuando va a vivir con la abuela materna a una población de Nueva Escocia, en Canadá. En París se educa en distintos colegios y frecuenta las tertulias de intelectuales y hombres de letras con los que se relaciona el padre. Defensora de los valores morales cristianos, en sus escritos se presenta como conservadora en materia religiosa, pero positivista abanderada del progreso, en lo que se refiere al papel de la mujer en la sociedad.

En 1855, Soledad se casa con el político liberal radical José María Samper, fundador, junto con José María Vergara, de la tertulia literaria “El Mosaico”, que se hacía eco de las preocupaciones intelectuales de la élite bogotana. De nuevo en París, donde el marido ejerce como diplomático, Soledad comienza a escribir reseñas de libros y espectáculos musicales, comentarios de moda o crónicas de viajes, que envía a la prensa hispanoamericana bajo distintos seudónimos, algo muy corriente entre las escritoras de la época. Tras una estancia en Londres, en 1862 el matrimonio se traslada a Lima donde el marido es nombrado redactor del diario El Comercio. En 1867 Soledad publica su primera novela: Dolores. Cuadros de la vida de una mujer y, en 1869, Novelas y cuadros de la vida sur-americana.

Entre 1876 y 1877, Colombia se sume en una guerra civil entre conservadores y liberales radicales, quienes habían instaurado en 1863 la constitución más avanzada de la historia, que confiere derechos a las mujeres, como el divorcio, e instituye la educación laica. En 1878, Soledad funda La Mujer, primera revista colombiana dirigida y redactada exclusivamente por mujeres, que se edita hasta 1881. Escribe además diversas biografías: la de su padre, Joaquín Acosta, la del líder comunero José Antonio Galán, o la de Antonio Nariño, entre otras. Tras el fallecimiento de su esposo en 1888, se traslada de nuevo a París. En 1895 publica La mujer en la sociedad moderna, su más importante aportación al feminismo.

Dolores. Cuadros de la vida de una mujer es una novela corta deliciosamente escrita, que aborda la situación de la mujer en la sociedad republicana. La historia nos instala en Colombia, en el periodo posterior a las luchas independentistas, que permiten una movilidad social inquietante, lo que conduce a las familias a aferrarse a sus hábitos sociales para protegerse del poder emergente. Al estallar la guerra, algunos españoles huyen abandonando sus riquezas o dejándolas al cuidado de personas de confianza, mientras otros se pasan al bando de los patriotas. Esto hizo el padre de Soledad, que lucha al lado del Libertador Simón Bolívar. Al finalizar la guerra, los líderes deben organizar el país en medio de la ruina y el caos. Las mujeres de la élite criolla, viudas o huérfanas, quedan al amparo de la familia.

Publicada al mismo tiempo que María, del autor canónico Jorge Isaacs, Dolores se acerca a esta en su concepción del amor romántico, ya que los dos personajes femeninos mueren sin haber consumado la pasión amorosa. Ambas novelas nos describen mujeres de inspiradora y frágil belleza, víctimas de un mal que amenaza sus vidas. Dolores, al igual que María, es huérfana y vive bajo la protección una tía acaudalada. Ambas obras describen la naturaleza americana, la belleza de su flora y los hábitos de sus gentes. Sin embargo, Dolores nos ofrece también una minuciosa y detallada descripción, casi antropológica, de las costumbres de un pueblo de tierra caliente cercano al río Magdalena. La mirada es distanciada, ya que la perspectiva corresponde a quien proviene de la ciudad y ostenta hábitos y valores de las familias cultas de la capital, cuyos ideales estéticos beben en referencias europeas y allí encuentran los argumentos y la inspiración para afrontar el futuro.

El primo de Dolores y su amigo son señoritos bogotanos que van de visita para disfrutar de las fiestas parroquiales en el pueblo de tierra caliente donde reside la acaudalada tía que protege a la protagonista. Los jóvenes han seguido estudios universitarios y consideran exóticas a aquellas gentes que se divierten con las corridas de toros, los castillos de pólvora, los juegos de lotería, las bebidas que consumen: chicha de coco, guarapo y anisado, o alguna clase de vino malo y, ocasionalmente, brandy. Prueban los bizcochos y las colaciones, que se sirven sobre manteles rústicos; escuchan a los músicos que interpretan el tiple, la carraca y la chirimía y que van de tienda en tienda bebiendo guarapo o aguardiente. Observan a las mujeres del pueblo que bailan ñapanga, danza que les resulta demasiado sensual. Hay, pues en la novela cierto carácter costumbrista que corresponde a la época.

Aún no se conocía la luz eléctrica, ni siquiera en las ciudades, y en el pueblo la rusticidad es mayor por cuanto se alumbran con velas de sebo. La descripción de la fiesta le sirve a la autora para introducirnos al personaje más oscuro de la novela, un hombre rudo y sin escrúpulos al que la independencia le ha permitido enriquecerse y escalar posiciones sociales, traicionando a quienes habían confiado en él. Asimismo critica la frivolidad de los señoritos con estudios, pero que no han tenido que esforzarse para salir adelante, que no forjaron su carácter con las dificultades habituales y tópicas de la vida de un estudiante. Esta ausencia de temple moral los conduce a un comportamiento poco ético, como enamorar y burlar a la hija de un artesano o conquistar mujeres solo por el interés económico.

Los señoritos de ciudad organizan paseos por el río a donde van a caballo lo que da lugar al cortejo amoroso. El rumor de las aguas, el canto de los pájaros, la variedad y belleza de la naturaleza se convierten en motivo de conversación y en un medio para enviarse mensajes cifrados apelando a la simbología de las flores. Del mismo modo, el huerto de la casa, con el jardín, sirve de inspiración y de recogimiento cuando la muchacha huye del mundo y de los compromisos. En María, las flores ocupan un lugar central, pues sirven de hilo de comunicación entre los enamorados. También en la novela de Isaacs, los paseos al río, dan lugar a los galanteos a la luz del día y con la aprobación de los mayores.

Ese ambiente favorecido por la naturaleza, por las bondades del clima y la apacible calma de un hogar de buenas costumbres y en armonía con el medio, no está libre de temores y presagios. Una sombra se cierne sobre la hermosa muchacha destinada a casarse con un hombre de su misma posición. Un secreto que no debe ser rebelado y que, al descubrirse, removerá los pilares de su vida y la paz de los suyos. Si en el caso de María es la enfermedad que la muchacha lleva en los genes, no se sabe si epilepsia o algún otro mal hereditario (lo que a juicio de Doris Sommer, se convierte en un atolladero social insalvable), también un mal obliga a Dolores a alejarse de su familia y de la sociedad, creando alrededor suyo un cordón sanitario para no contagiar a quienes se le acercan. Lo que en María es epilepsia en Dolores es lepra, enfermedad temida en aquella época porque se creía hereditaria y contagiosa, lo que motivó la fundación en Colombia del pueblo de Agua de Dios, destinado al confinamiento de los leprosos. Pero, como sugiere Azuvia Licón Villalpando, a propósito de Dolores, la enfermedad podría ser la vía que le permite a la muchacha escapar de su destino.

En estas dos novelas hijas del Romanticismo, la mujer debe morir para evitar tragedias mayores, como el que Dolores hubiese contraído matrimonio con un ser de baja condición o María hubiese conducido a la desgracia al joven Efraín. El feminismo de Soledad Acosta de Samper pone en duda el matrimonio como única vía para la realización de la mujer. Por el contrario, la autora afirma, sobre todos los condicionamientos, la independencia de la mujer mediante el trabajo honrado.

En el aislamiento de la humilde choza, que le sirve de refugio final, Dolores se dedica a leer y a escribir, a cultivar su espíritu. En una de las cartas que envía a su primo nos deja una frase que yo enmarcaría y entregaría como regalo a todas aquellas personas que aman los libros y que dedican una parte importante de su tiempo a la lectura: “Mi espíritu es un caos: mi existencia una horrible pesadilla. Mándame, te lo suplico, algunos libros.”

*Debemos a Monserrat Ordoñez y a su discípula Carolina Alzate, el conocimiento y la puesta en valor de la obra de Soledad Acosta de Samper.

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