El Cándido de J J Díaz Trillo
Hay
libros que cumplen el papel, no sólo de compañeros de viaje y aventuras, sino
de maestros y faros del pensamiento. Son libros que de ninguna manera nos
defraudan porque, al abrir sus páginas, en cualquier momento de la vida, despiertan
la renovada emoción que sentimos al vislumbrar la profunda verdad que
encierran. Uno de esos amigos fieles es Cándido
o el optimismo (1759), de Voltaire, cuya
lectura recomiendo vivamente, aunque parezca superfluo recomendar la lectura de
un clásico. La crítica asegura que Voltaire pretendía con este cuento
filosófico ridiculizar las ideas de Leibniz, cuya teoría sobre la armonía
universal lleva a creer que vivimos en el mejor de los mundos posibles, porque
incluso el mal es permitido por Dios para que valoremos la dimensión del bien.
Pero
en 1755, en el Día de Todos los Santos, Europa se ve sacudida por el devastador
terremoto de Lisboa que dejó a la ciudad sepultada bajo los escombros. A
semejante sacudimiento telúrico le siguió otro que estremeció las aguas del
Tajo y, ante el estupor de los sobrevivientes, enormes olas se abalanzaron
sobre tierra firme rompiendo diques y puentes, destrozando hermosos e
imponentes edificios, haciendo sentir su implacable efecto a lo largo de la
costa, hasta llegar a Ericeira. Esta tragedia, que impresionó profundamente a
Voltaire, lo lleva a reflexionar sobre la crueldad de la naturaleza y la
fragilidad de la vida humana, sujeta a azares incontrolables, ante los cuales
la riqueza y la opulencia no son más que espejismos, de lo que dejó constancia
en estos versos:
Esos restos, esos
despojos, esas cenizas desdichadas,
Esas mujeres, esos
niños, uno sobre otro, apilados,
Debajo de esos mármoles
rotos, esos miembros diseminados;
Cien mil desventurados
que la tierra traga.
Ensangrentados,
desgarrados, y todavía palpitantes,
Enterrados bajo sus
techos, sin ayuda, terminan
En el horror de los
tormentos sus lamentosos días.
[…]
¿Qué crimen, qué culpa
cometieron esos niños,
Sobre el seno materno
aplastados y sangrientos?
¿Tuvo Lisboa, que ya no
es, más vicios
que Londres, que París,
en los deleites hundidas ?
Lisboa queda hundida, y
en París se baila.
Bajo
el influjo de este libro, escribe José Juan Díaz Trillo Cándido en la Asamblea (2016), un relato ingenioso, divertido,
pleno de referencias intertextuales ajenas a la vacuidad de cierta erudición
libresca, con una carga de vida y experiencia capaz de vincular tiempos y
espacios, para situarnos más allá de lo anecdótico. Díaz Trillo (Huelva, 1958),
miembro del Congreso de Diputados, especializado en Literatura Hispanoamericana,
ha publicado decenas de libros de poesía y ha ejercido la función pública de la
que también se nutre esta ficción narrativa.
Díaz
Trillo declaró en una entrevista que “…cada generación merece un Cándido que la
vacune contra la ignorancia y el fanatismo”. Aquí nos ofrece el suyo,
combinando procedimientos como la autoficción y la parodia para darle vida a un
Cándido, miembro de la Asamblea que, en su universo, no es el bastardo de noble
ascendencia de Voltaire, sino el hijo de una relación no oficializada entre dos
jóvenes de buenas familias de orígenes español (él) y francés (ella). Para
disimular su falta, los padres de la pareja deciden que el niño quede bajo su cuidado,
él masón, librepensador, y ella un verdadera open minded demasiado avanzada para su tiempo, mientras los auténticos
padres intentan, a su manera, cambiar el mundo. La madre en París, en medio de
las revueltas de mayo del 68, el padre
en plena revolución sandinista. Aquí el impacto del terremoto de Lisboa, que
tanto afectó al buen Voltaire, es reemplazado por el terremoto de Managua de
1972, que destruyó por completo la ciudad centroamericana y cuyas devastadoras consecuencias
llegaron a compararse con el estallido de la bomba atómica.
El
relato refiere el proceso de formación del joven Cándido que, interno en un colegio,
pasa temporadas con los abuelos, “entre cartas excesivas de su padre y conversaciones
susurradas con el abuelo ─y a puerta cerrada siempre, como para darle más
solemnidad─, se fue iniciando en la política como su abuelo lo hiciera de joven
en la masonería: entre la convicción de unas ideas que creía justas y una
expresión escondida de las mismas, semejante a un lenguaje mágico”. Cualquier
parecido con la España franquista no es mera casualidad. El relato de Díaz Trillo
alterna la crónica familiar con episodios cruciales de la historia de España.
Nos instala en los años anteriores a la muerte del caudillo y en los momentos decisivos
de la transición, que Cándido vive, como no podría ser menos, con terco optimismo,
en compañía de los versos del poeta y libertador de Cuba José Martí, cuyo Ismaelillo se lleva a la “mili”.
En
el servicio militar Cándido es ascendido a Alférez de Inteligencia, misión que
consiste en leer e interpretar documentos y en redactar informes donde desliza
versos e ideas de próceres como Simón Bolívar y José Martí, que le imprimen un
tono iberoamericano y cierto carácter de ecuanimidad y sentido universal a las
misiones militares. Traductor, intérprete, o poeta, Cándido cultiva el arte de
la diplomacia en un momento en que España ingresa a la Unión Europea y aspira a
ganarse el respeto de la comunidad internacional.
En
mucho contribuye el trabajo de Cándido al desarrollo y cumplimiento de los
propósitos que esperan sus superiores. Pero antes que ser recompensado por sus
habilidades y talento, debe saborear los sinsabores de la ingratitud, de la
avaricia y de la desmedida ambición de quienes se mueven por propios intereses.
En sus desplazamientos motivados por las misiones militares de paz en las que
se integra, conoce la gratuidad del mal ante el que se siente impotente. Entre
conflictos armados transcurre la vida de este Cándido moderno, que asiste en primera
línea de fuego a los enfrentamientos en países africanos o en la antigua
Yugoslavia. Cándido presencia impotente el incendio de la biblioteca de
Sajarevo donde es herido, pero también vive la palpitante realidad de los
refugiados o la consumación de delitos de lesa humanidad por parte de los
instrumentos del poder transnacional, cuyos horrores lo dejan sin habla. El
final de su aventura no es otro que el retiro propuesto por Voltaire quien
aconseja dar la espalda a la mediocridad de los asuntos mundanos y dedicarse al cultivo del jardín interior.
José
Juan Díaz Trillo baraja en este ameno relato experiencia e invención para evidenciar la permanencia
de la ironía voltairiana y, con ello, comprobar que los comportamientos humanos
poco cambian. Se desprende de todo ello el amargo desencanto de quien quisiera con
su impronta adecuar el mundo a los ideales que siempre persiguiera.
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