Escritoras y escrituras II. Teresa Ruiz Rosas, Nada que declarar


La literatura peruana actual escrita por mujeres destaca por su audacia y libertad formal a la hora de dinamitar las estéticas hegemónicas, ya no impuestas por una visión androcéntrica, sino enquistadas al interior de la conciencia femenina. El Comando Plath, sin duda en homenaje a Silvia Plath, se propuso revisar el canon en su país y ofrecer otra alternativa de voces femeninas que atraviesa fronteras geográficas, pues llega a conectar el Cuzco con Nueva York; así como fronteras mentales y de género: desde la poesía y la prosa hasta la autoficción, que se cuela por las redes sociales para compartir experiencias y formas de vida alternativas que rompen con los conceptos burgueses respecto a la familia y las relaciones sexuales, pensemos, por ejemplo en Gabriela Wiener.


Teresa Ruiz Rosas (Arequipa, 1956) quien reside en Colonia después de haber vivido en ciudades como Barcelona o Budapest, no está en medio de este huracán, pero ha llegado paso a paso a consolidar una escritura firme que se sostiene en una conciencia del idioma, que quizás ha cultivado como traductora del alemán, y con un dominio de los recursos narrativos al servicio de una prosa ágil, sinuosa, a veces laberíntica, de inesperadas asociaciones intertextuales. Nada que declarar. El libro de Diana (2015), su última novela, escrita con el descarnado humor que la caracteriza, nos lleva de Lima a Düsseldorf en una travesía que podría ser tópica, la de la joven humilde que aspira a casarse con un extranjero, que espera la rescate de la miseria y le permita saltar la barrera de obstáculos sociales impuestos por en su país, y así poder ayudar a su familia. Con esta ilusión viaja Diana a Alemania para acabar en una sofisticada red de prostitución: “Porque lo amaba le había creído que su viaje significaba la gran alternativa para su familia, para zafarse con eficacia de la plaga de la miseria”. El testimonio de su experiencia nos llega a través de Silvia, quien parece hablar para sí misma, más que para los lectores, pues al transmitirnos el testimonio de Diana cuestiona no solo la vida propia, sino la cultura encorsetada a la que pertenece, la sociedad peruana estratificada, racista, despiadada con los más humildes,  y cargada de prejuicios.


En La mujer cambiada (Lima, 2008) Ruiz Rosas ya nos había sumergido en los años más oscuros del terrorismo senderista en el Perú, para mediante la metáfora de la mujer transformada en otra por obra de la cirugía estética, poner en evidencia la realidad de su país durante el conflicto armado vivido en los ochenta y los noventa del pasado siglo. En Nada que declarar. El libro de Diana, en cambio, Ruiz Rosas nos hace recorrer pasadizos sórdidos de una Lima oculta, nos lleva por los pasillos de organismos internacionales, para mostrarnos la indiferencia ante el dolor ajeno, pues ya no es solo la farsa y la impostura de una sociedad tercermundista, en proceso de deterioro lo que lacera, sino la cara más cruel de la emigración, el tráfico de personas, el comercio sexual y la corrupción de organismos financiados por las potencias europeas. Pero Diana Postigo, llamada Diosa de las Tinieblas, la colegiala peruana, que al otro lado se convierte en prostituta de ventana, cocina su venganza a fuego lento. 

Y es que en esta vertiginosa travesía de no más de cuatro años, la autora nos ha hecho vivir el infierno, antes de que la mujer engañada, la víctima, recupere su identidad, lo que le imprime mayor fuerza a este relato basado también en la solidaridad entre las mujeres y en el poder de la escritura para transformar la realidad. Por todo ello Teresa Ruiz Rosas se consolida como una de las voces más potentes de esa diáspora latinoamericana que se afianza transpasando fronteras.

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