Patria, el silencio cómplice

El éxito en España de la novela Patria, de Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959), no tiene precedentes en los últimos tiempos en este país. Lectores, intelectuales y políticos celebraron su aparición como algo necesario. Los 300.000 ejemplares vendidos, junto con los premios de la Crítica y el «Francisco Umbral» al libro del año 2016, respaldan al autor. Todos han celebrado el valor que tuvo al arriesgarse con un tema tan delicado como el terrorismo de ETA. Lo cierto es que en esta novela Aramburu se adentra al interior de una pequeña comunidad del País Vasco para mostrarnos cómo se vivió en la intimidad el drama de las familias y de los amigos, divididos por su apoyo o distanciamiento respecto a los crímenes perpetrados por la banda terrorista.
La novela comienza el día en que ETA anuncia el abandono de las armas. Bitori va a su pueblo a visitar la tumba de su marido, el Txato, quien ha sido asesinado por los terroristas. Enferma de cáncer, la mantiene viva el deseo de saber quién lo asesinó. El Txato, dueño de una empresa de transportes, estaba condenado a pagar a la banda una contribución, que iba en aumento. La visita de Bitori, después de largos años de destierro, altera la aparente paz del pueblo, en especial la de quien fuera en otro tiempo su amiga íntima, Miren. Ésta había dejado de hablarle tras el asesinado del marido, actitud compartida por los vecinos, empezando por el cura, responsable de animar a los jóvenes a la lucha armada. Miren es, a la vez, madre de Joxe Mari, un terrorista encarcelado sobre quien recae la sospecha de haber asesinado al Txato, y de Arantxa, amiga de infancia de los hijos de Bitori.
Si tuviésemos que elegir una palabra para sintetizar el lazo que une y amordaza a los vecinos de este pueblo sería “silencio”. Todos, sin excepción permanecen mudos ante el horror, aunque por diversos motivos: fidelidad a los propios y temor a ajenos (en el caso de Miren); protección contra dolor (familiares de las víctimas como Nerea, hija del Txato); fidelidad a la banda (el, cura, el dueño de la taberna); o por imposibilidad de hablar (Arantxa quien queda inválida a causa de un ictus). El hecho es que nadie en el pueblo protestó cuando se atacó al Estado español, a los representantes del orden, ni a la ciudadanía. Ninguno de los vecinos cuestionó los asesinatos de vecinos y amigos. Hijos de la comunidad, los miembros de la banda son apoyados por los parientes que van adoptando posturas fanáticas para justificar sus acciones y evitar mirar a los ojos a las víctimas con quienes compartieron los momentos más significativos de la vida.
La historia nos convence porque el autor penetra en la conciencia de los personajes y desde ellos nos permite ver sus miedos, sus frustraciones y rencores. La novela alterna tiempos y espacios hacia adelante y hacia atrás en una compleja estructura que le imprime un ritmo vertiginoso en esa búsqueda de la verdad, pero, sobre todo, del perdón. Un engranaje de diálogos da voz a los distintos personajes, a la vez que traza el mapa de las relaciones entre ellos. El autor no olvida detalles de lo cotidiano importantes en la vida de los pueblos vascos, como las comidas, las reuniones en la taberna, las aficiones de los fines de semana a las que se entregan quienes se conocen de siempre. Asimismo pulsamos el clima de tensión que se vivió en aquellos años en los que una juventud sin horizontes encontró en la lucha armada una salida y un sentido. El autor nos muestra, además, cómo fuera de aquellos pueblos, en el ámbito urbano, las tensiones de diluyen. Puede que no se libren del dolor, pero, al menos, encuentran una salida profesional que los aleja del espiral de odio y de violencia en el que se sumergen los fanáticos.
La crítica ha destacado los aciertos de la novela sin dejar de señalar los fallos de su perspectiva plural (la del cura, la del etarra, la de las víctimas, la de los cómplices) que a juicio del algunos se sostiene con dosis, a la vez, de verdad y de mentira. Pero la literatura no tiene por qué responder a la realidad, ya que su verdad es literaria y, en cualquier caso, su mayor valor tiene que ser la verosimilitud. Puede que algunos personajes estén mejor logrados que otros, pero de lo que no cabe duda es de que, a través de ellos, podemos comprender cómo se va gestando en el corazón de las personas ese huevo de serpiente que es el terrorismo. Comprendemos la inutilidad de la venganza y la necesaria reconciliación, que sólo es posible con el perdón.

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