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Mostrando entradas de 2012

Rachilde, Monsieur Venus

Releyendo Los raros , el segundo libro publicado por Rubén Darío en Argentina en 1896 (y que recoge sus artículos publicados con anterioridad en La Nación ), cuando solo tenía 26 años, siento la pasión, la chispa de un genio capaz de trazar con extraordinaria viveza y nitidez el retrato de los escritores en lengua francesa más influyentes en la poesía latinoamericana de finales del XIX. A estos se suman, de otras latitudes, Poe, Nordau, Martí e Ibsen. Los retratos tienen mayor mérito si pensamos que a muchos de ellos no llegó a conocerlos personalmente (Jean Richepin, Viliers d’Isle Adam, Leconte de l’Isle, etc.). Entre esa constelación de genios surge la figura singular de una gran mujer, Marguerite Eymery (1860-1953), casada con Alfred Vallette, que firmaba con el seudónimo de Rachilde, quien escandalizó por su precocidad con su primera novela, publicada con escasos 20 o 22 años, Monsieur Venus , que también he vuelto a leer, con otros ojos, después de mi relectura de Los raros .

Boom, boom, boom, un asunto masculino…

Perdonen que me meta donde no me llaman (jamás, porque no me llaman), pero es que no puedo evitar salir del silencio (de la escritura) para expresar, desde este nicho, mi opinión sobre un “cartel” que me llama poderosamente la atención. Se trata de un programa muy atractivo de tres jornadas en las que se aborda el tema: la literatura latinoamericana del "boom". En la foto de familia del artículo de El País (07/11/2012), que tomo como referencia, aparecen los grandes, felices y exultantes en los setenta, Donoso, Vargas Llosa y García Márquez. La noticia refiere el encuentro organizado por la Cátedra Mario Vargas Llosa de la Universidad de Murcia, que se lleva a cabo en Casa América, en Madrid, donde escritores y periodistas debaten sobre el “boom” en su 50 aniversario. El titular formula una pregunta “¿Por qué hay que matar el “boom”? Hasta ahí todo me parece pertinente y necesario, al margen de las opiniones y pronósticos que ha suscitado este debate. Lo verdaderamente curi

Te quiero, Javier

Me estoy enamorando de Javier María y no sé si podré evitarlo, pese a mi resistencia a Los enamoramientos que, si bien me aportó una grata reflexión sobre las paradojas del amor, me decepcionó por la poca importancia que el autor le da al tratamiento del punto de vista, algo fundamental en toda narración. En su caso, se da una confrontación entre dos personajes, que en realidad son una única persona. El amor aquí es un fantasma que nos lanza a los brazos de quien puede destruirnos, porque enamorarse es apostar por quien atenta contra nuestros intereses y no lo digo por los sentimientos que Marías despierta en mí. El hecho es que, tras acabar la narración, me quedé con la impresión de que no hacía falta hacernos creer que hay dos personajes poco creíbles, que quizás el autor de Los enamoramientos podría asumir su travestismo: Víctor / Víctoria, María / Javier. Con todo, el desarrollo del tema, sus digresiones, la hondura de la reflexión, la salvaría. Pero este detalle sobre el punto

Blas Matamoro, Cuerpo y poder

Cuerpo y poder , la más reciente publicación del argentino Blas Matamoro, no es un ensayo, tampoco una novela, ni una crónica, acaso una no novela, género que adquiere forma en este relato de la historia que atraviesa el cuerpo y se recicla convertido en realidad o ficción perceptible, sensible y de una exquisita sensualidad que no te empalaga, sino que te nutre. Aunque el autor pretenda, en apariencia, descender al chismorreo más morboso no consigue desviarnos de la reflexión sobre el poder y los azares de la historia, torbellino de pasiones, conjunción de fortuitas circunstancias, consumación de fantasías, juego de máscaras, de ausencias y presencias poderosas. Así disfrutamos con la comidilla que alborotó a la revolución francesa y acabó decapitando a aquella clase social frívola y ociosa que se creía tocada por la gracia divina y a salvo de la justicia del pueblo, o aplicada en nombre del populacho. A lo largo de la narración, tanto como en la reflexión que le sigue, tenemos a Ma

Thomas Wolfe. Una puerta que nunca encontré

Es muy difícil escribir sobre Thomas Wolfe, un artista químicamente puro cuyo ritmo de escritura sigue los latidos del corazón y nos arrastra con el tumultuoso curso de la sangre, nos lleva hasta el fondo de ese mar agitado a punto de engullirnos. Nos oprime aquella palabra suya no dicha, como un tornado que estallara en la garganta. Con toda razón, Faulkner dijo de él que era el mejor escritor de su generación. Ya me había conmovido con El niño perdido , magistral relato que nos traslada a la infancia y en el que, desde distintos puntos de vista, nos refiere el dolor por la pérdida de un ser querido, en un viaje de ida y vuelta que permite recuperar, a través de la memoria, al niño que hay dentro de nosotros y que se miró en los ojos de una criatura perdida, ese niño irremplazable que se marcho para siempre dejando el vacío de su ausencia en el corazón de quienes lo amaron: el padre, la hermana mayor y el hermano pequeño, que apenas podía balbucir su nombre y que al pronunciarlo, años

Coloquio Internacional: Periplo colombiano. Narrazione e narrativa per il nuovo milenio

Con éxito se cerró este encuentro de narradores colombianos, al que tuve la suerte de ser invitada, los días 10 y 11 de mayo, gracias al profesor Fabio Rodríguez Amaya, Director del Departamento de Ciencias del Lenguaje, de la Comunicación y de los Estudios Culturales, de la Universidad de Bérgamo. Extraordinaria ocasión para establecer un diálogo entre estudiantes, especialistas y colegas, sobre el proceso de la narrativa colombiana del siglo XX, dedicado a dos autores fundamentales para mí: Luis Fayad y Darío Ruiz Gómez, quienes empiezan a publicar sus libros a finales de los sesenta y principios de los setenta, en un momento en que la narrativa hispanoamericana despertaba el interés en el contexto internacional, gracias a, entre otros, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y el fallecido Carlos Fuentes. Estos transitaban por los caminos de la experimentación formal, retomando el aliento de las vanguardias europeas. Volver a la narrativa de los setenta en Colombia implicó evocar

Bestiario personal, Carlos Wamba

Hay libros que se gestan en un rapto de inspiración, que nacen como una exhalación y aunque maduren, se les ve cerca en el tiempo. Al leerlos no se siente la distancia temporal y ello nos da la idea de continuidad, la certeza de que la creación poética se concreta enseguida en el libro, como algo natural. Pero también hay libros que deben esperar toda una vida, que atraviesan distintas edades y adquieren con el paso del tiempo tonalidades y matices insospechados. Son libros que se resisten a ver la luz, que prefieren la clandestinidad de los manuscritos de mano en mano, que fluyen como un secreto y a veces como un rumor. Se sabe de su autor de oídas, pero no a través de la experiencia de la lectura de ese libro que por azar se descubre en el anaquel de una librería o sobre una manta, en una calle cualquiera donde alguien saca viejos volúmenes del sótano y los subasta ante los transeúntes presurosos. Bestiario personal , de mi amigo, de toda la vida, Carlos Wamba, es uno de esos libro

Los ojos, de Pablo Messiez

Hacía mucho tiempo que una puesta en escena no me llenaba de vida ni me abría los ojos de la manera como me ha ocurrido con Los ojos , obra del joven dramaturgo argentino Pablo Messiez (Buenos Aires, 1974) autor también de piezas celebradas como Muda y Ahora . El texto de Los ojos es de una inteligencia y una lucidez solo comparables con las grandes obras de la literatura. De hecho, se inspira en una novela clásica, Marianela , de Benito Pérez Galdós , pero no trata solo del tema de la ceguera, sino de ver más allá de los tópicos y de los condicionamientos que nos circundan y limitan. He de decir que Messiez es agudo, punzante, lacerante, sarcástico, pero el efecto de sus palabras en el espectador es posible gracias al magnífico trabajo actoral. Interpretada por las actrices Marianela Pensado en el papel de Nela, Fernanda Orazi en el papel de Natalia, Violeta Pérez en el papel de Chabuca y por el actor Óscar Velado en el papel de Pablo, la obra alcanza una intensidad dramática que cor

Irène Némirovsky y la cultura judía

Primero fue El baile , apasionante y descarnado relato sobre las complejas y difíciles relaciones entre madre e hija, condenadas a mirarse, una en el espejo de la otra, a ser rivales. Después la extraordinaria Suite francesa que me reveló una exquisita y depurada prosa en la que se percibe la influencia de la gran literatura rusa, pero también de la tradición francesa. Luego, David Golder , feroz crítica a las debilidades de la cultura a la que se pertenece. El caso es que el talento de Irène Némirovsky es un regalo. Por un lado, está su excepcional inteligencia y su amplio horizonte intelectual. Por otro lado, su gran capacidad de penetración e implacable mirada, fiel solo a la profunda verdad que le revelan los hechos, los gestos, las acciones de los personajes, sus contradicciones, su alma desnuda. De ascendencia judía, nacida en Kiev en 1903 y sacrificada en el campo de concentración de Auschwitz en 1942,Irène se traslada a París con su familia en 1919, huyendo de la revolución bo