La ficción de la historia

El pasado 8 de septiembre asistí al VI Simposio Internacional de Literatura: La ficción de la historia, organizado por el Área de Creación Literaria de la Universidad Central de Bogotá, que dirige el crítico y ensayista colombiano Isaías Peña Gutiérrez. Fue muy grato el intercambio de opiniones en torno al valor literario de aquellas novelas inspiradas en temas y personajes de la historia. La conclusión a la que podemos llegar es que la virtud de una novela histórica está en su capacidad de darle vigencia al pasado, recuperando y redimensionando lo que ha sobrevivido a lo largo de los siglos, aquello que se ha fijado en la memoria, lo imperecedero.

Parece que está de moda la novela histórica, lo que se aprecia en los escaparates de las librerías, en los aeropuertos y supermercados. Pero no todo libro que se inspira en un hecho del pasado tiene la capacidad de alcanzar la verdad literaria que lo convierte en un clásico, como Memorias de Adriano, por poner un ejemplo.

El hecho es que a estas reflexiones les viene como anillo al dedo el artículo de mi compatriota Dasso Saldívar "Verdad y mentira en la novela histórica" publicado el pasado 7 de agosto en el suplemento Babelia de El País en el que subraya de qué manera el mérito de la novela histórica va más allá de cualquier tecnicismo del autor, en cuanto al estilo, loa procedimientos, el punto de vista, etc., y más bien tiene que ver con su capacidad de asumir o de vivir como propias las experiencias del personaje o la atmósfera de la época evocada.

Lo cierto es que la litertura no puede ni pretende competir con la verdad histórica, porque si bien la historia se construye muchas veces sobre grandes mentiras, la literatura en cambio, que es ficción y fabulación, enuncia grandes verdades. A esas verdades se refiere Dasso Saldivar cuando reivindica a autores como Yorcenar, Tolstoi o Graves. En Colombia tenemos dos ejemplos de autores que nos revelan esas grandes verdades como Miguel Torres en El crimen del siglo y Roberto Burgos en La ceiba de la memoria, además de El general en su laberinto. Hay que agradecer a Isaías Peña y a su equipo esta iniciativa que nos permite hablar de literatura y elevar el nivel del debate compartiendo espacios con autores como Pedro Badrán que evoca a la legendaria Pola en La pasión de Policarpa.

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